26 septiembre, 2006

Las Pifias de la Propaganda

Algo que distingue a la obras literarias de la extrema derecha es el hecho de que si son analizadas y estudiadas a fondo con toda seriedad eventualmente empiezan a brotar los yerros y las tergiversaciones con las que ellas mismas se ponen en serios predicamentos. Las pifias en las que incurren sus propagandistas terminan siendo equiparables a las generalizaciones irracionales que hacen los terroristas musulmanes sobre el mundo que les rodea, y la aceptación de sus argumentos termina convirtiéndose más en un acto de fé que en un acto de estricto razonamiento lógico.

Tomemos un ejemplo al azar. Vayámonos a las razones por la cuales México entró a la Segunda Guerra Mundial luchando en contra de la Alemania Nazi. Un hecho aceptado incuestionablemente por todos es que estas razones fueron el hundimiento de los buques petroleros mexicanos Potrero del Llano y Faja de Oro. La diferencia entre la interpretación histórica convencional y la explicación dada por la extrema derecha a este hecho radica en que los intelectuales revisionistas de la extrema derecha argumentan que los buques petroleros mexicanos no fueron hundidos por submarinos alemanes, sino que fueron realmente hundidos por la Marina estadounidense como una medida de presión para que México dejara de apoyar a Alemania a la cual le estaba vendiendo petróleo, versión con la cual la Alemania Nazi es presentada nuevamente como víctima. Según la versión ultraderechista de los hechos, alguien hundió estos buques petroleros, presumiblemente la Marina norteamericana actuando en una misión ultra-secreta, y el gobierno presidido por Manuel Avila Camacho sin tener pruebas en la mano simplemente le declaró la guerra a la Alemania Nazi el 22 de mayo de 1942 provocado por "cripto-judíos conspiradores que lo convencieron de que la 'malvada' Alemania Hitleriana fue la que estuvo detrás de los hundimientos". El tema resurge una y otra vez en boca de conocidos editorialistas con enunciados tales como "el hundimiento misterioso del barco petrolero Potrero del llano a manos de un supuesto submarino alemán". Sin embargo, esto es una más de las miles de aberraciones y tergiversaciones históricas a las que es tan dada en incurrir la extrema derecha mexicana que por la fuerza de la repetición termina por sembrar la duda en muchos que carecen de la preparación académica para enviar de inmediato estas aserciones al basurero. En primer lugar, meses antes del hundimiento de los dos buques petroleros mexicanos, México ya había roto relaciones diplomáticas con las potencias del Eje: Italia, Alemania y Japón, con motivo del ataque japonés a Pearl Harbor; y ante la posibilidad de una agresión, se había reforzado la vigilancia en las costas del Pacífico. En segundo lugar, los mismos historiadores alemanes admiten la culpabilidad de la Marina alemana en el hundimiento de los dos buques petroleros mexicanos.

La historia del hundimiento del Potrero del Llano, según los mismos historiadores alemanes basados en las bitácoras de los submarinos, es ésta: el Potrero del Llano fue atacado el 13 de mayo de 1942 a la medianoche (a las 23:55 horas) por el submarino U-564 tipo VII C comandado por el Kapitänleutnant (equivalente a Teniente de Navío) Reinhard Suhren (1916-1984):





terminando de hundirse el 14 de mayo de 1942, en las coordenadas geográficas 80°06' W y 25°35' N, llevando 35 marinos a bordo, de los cuales fallecieron 14. Y la historia del hundimiento del Faja de Oro es esta: el Faja de Oro fue hundido una semana después, cuando regresaba vacío a Tampico después de haber descargado 56,000 barriles de petrólo crudo en Marcus Hook, Delaware, habiendo sido torpedeado y cañoneado hasta ser enviado a pique en el Estrecho de la Florida, cerca de Key West, a 84º24' W y 23º30' N, terminando por hundirse el 21 de mayo de 1942 a causa del ataque propinado por el U-Boat (Underwater Boat) alemán U-106 tipo IX al mando del Kapitänleutnant Hermann Rasch (1914-1974):





Hay otra razón, quizá la más elemental de todas, por la cual la Marina estadounidense jamás habría incurrido en algo tan estúpido como hundir dos buques petroleros mexicanos en plena Guerra Mundial con la esperanza vaga de que la culpa recayera sobre el enemigo: en caso de haber incurrido los norteamericanos en tal insensatez y en caso de haber sido descubierta la maniobra, las consecuencias para los norteamericanos hubieran sido terribles. Estados Unidos ya estaba empezando a recibir petróleo de México, y había implementado un programa bracero (en aquél entonces, la mano de obra mexicana era bienvenida en los Estados Unidos) para suplir con 300 mil mexicanos la falta de mano de obra en el campo y en las industrias de aquellos que se habían ido a combatir a los países del Eje). Una fallida intentona maquiavélica de este calibre le habría podido terminar costando a Estados Unidos un enfrentamiento militar sangriento con México en los precisos momentos en que todos sus recursos militares estaban siendo enviados al exterior, y a la larga le habría significado a los países aliados una severa derrota militar facilitándole un posible triunfo a Adolfo Hitler en Europa como el preludio a la conquista del planeta (lo cual dicho sea de paso le hubiera dado mucho gusto a los dueños de la naciente Universidad Autónoma de Guadalajara).

Así pues, tenemos dos opciones para aceptar la realidad de los hechos: O le podemos creer a los mismos historiadores alemanes, documentados con las fuentes originales, o le podemos creer a las fantasías inventadas por tipos tan destrampados y mentirosos como Salvador Borrego que reinterpretan toda la historia a la luz de una "gran conspiración judía-comunista". En algunos casos, las mentiras son tan burdas, que prácticamente rayan en la imbecilidad. Sin embargo, más imbéciles son quienes están dispuestos a entregar su vida en pro de una causa que dá dichas mentiras como ciertas. Pero... ¿acaso no fue ésta la culpa de muchos alemanes del siglo pasado, que aceptaron como ciertas las falsedades de la propaganda Nazi inventada por Joseph Goebbels y sus colaboradores así como las luminosas promesas de una utopía maravillosa con Hitler a la cabeza?

Y por cierto, Manuel Ávila Camacho (1897-1955), quien fuera Presidente cuando México le declaró la guerra a la Alemania Nazi en respuesta al hundimiento de los buques petroleros mexicanos, ni era judío, ni era pro-comunista (inclusive introdujo una serie de reformas a las leyes electorales que volvieron prácticamente imposible para los comunistas el poder ser postulados como candidatos). De Manuel Ávila Camacho se documenta su afiliación a la Masonería en el Cuarto Tomo del DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO DE LA MASONERÍA (5 tomos) de Lorenzo Frau Abrines, publicado por Editorial del Valle de México en 1977, mientras que por su parte el conocido Gran Maestro masón Alfonso Sierra Partida comenta en su libro "La Masonería frente al Mundo Contemporáneo" que Ávila Camacho "fue masón a pesar de ser también devoto católico". Inclusive el endurecido propagandista Salvador Borrego en la página 544 de su libro América Peligra califica a Ávila Camacho como un liberal moderado. Su ascenso al poder no habría sido posible jamás si hubiese sido cierta la afirmación fantasiosa de algunos ideólogos ultraderechistas de que el Partido Nacional Revolucionario (predecesor del PRI) fundado el 4 de marzo de 1929 por el Presidente Plutarco Elías Calles era un partido político controlado por "cripto-judíos" masones pro-comunistas. Esto nos lleva a otro mito muy propalado entre la sociedad neo-Nazi "Tecos" de la Universidad Autónoma de Guadalajara y los Cristeros y los Sinarquistas de antaño. La fantasía reza así:

Un artículo no escrito de la Constitución Mexicana es el requisito de que para poder ser Presidente de México es necesario pertenecer a la Masonería.

Esta aserción frecuentemente es llevada al extremo de la siguiente forma:

Todos los presidentes mexicanos han sido masones.

Pero como ya se dijo, aunque Manuel Ávila Camacho era un devoto católico, ello no fue impedimento alguno para que ocupase la Presidencia de México precisamente cuando la lucha mundial en contra de la locura Hitleriana estaba empezando por llevarse a cabo. Aunque sí hubo Presidentes emanados del PRI (antes PNR) que tenían membresía dentro de esa añeja fraternidad liberal, tales como Emilio Portes Gil, hay otros que no lo han sido. Ciertamente, el pro-Yunquista guanajuatense Vicente Fox nunca lo ha sido, como tampoco lo es Felipe Calderón. Plutarco Elías Calles, el autor de la Ley Calles que desató la ruinosa Guerra Cristera, sí era masón, lo cual fue capitalizado de inmediato por la naciente ultraderecha mexicana para proclamar: ¡He aquí la prueba de una gran conspiración de la masonería para destruír a la Iglesia Católica! Sin embargo, la negociación para dar por terminada la Guerra Cristera en México estuvo a cargo precisamente del Presidente masón Emilio Portes Gil (Gran Capitán del Supremo Consejo del Grado 33 de la Logia "Valle de México"). También lo fueron Venustiano Carranza, Alvaro Obregón, Abelardo Rodríguez, Adolfo de la Huerta, Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, y el General Lázaro Cárdenas cuyo retrato como Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México podemos ver detrás del "Gran Maestro de los Masones de la Muy Respetable y Gran Logia Valle de México" Pedro Márquez Celaya:





Inclusive Mario Moreno "Cantinflas" perteneció a la masonería, al igual que el famoso músico Wolfgang Amadeus Mozart, aunque por alguna razón sólo los masones que están metidos en la política parecen llamar la atención. Hasta el mismo Francisco I. Madero fue masón, como también lo fue Porfirio Díaz, aunque esto no fue suficiente para que fuera de la fraternal camaradería supuestamente inculcada a ambos en sus respectivas logias los dos hubieran sido capaces de ponerse en común acuerdo sobre lo que hubiera sido mejor para bien del país (lo cual se puede tomar como una evidencia más de que, fuera de los templos masónicos, las logias no son responsables por los pleitos que tengan entre sí sus chiquillos). En cambio, no fueron masones ni Gustavo Díaz Ordaz, ni Luis Echeverría Alvarez, ni José López Portillo, ni Miguel de la Madrid Hurtado. Sobre Carlos Salinas de Gortari, el conocido masón Ramón Sifri Jiménez de la Gran Logia Valle de México, en una entrevista publicada por Excélsior el 30 de diciembre de 1996, dice lo siguiente: "Carlos Salinas se inció en la masonería aunque no siguió su carrera masónica". Esto lo admite el mismo Salinas de Gortari en un artículo publicado en el número 1250 de la revista PROCESO publicada el 15 de octubre de 2000 con motivo de su libro "México: Un Paso difícil a la Modernidad", en donde cuenta que su ingreso a la masonería fue un paso "casi natural. Mi abuelo materno había sido masón en grado 33. Ingresé a una Gran Logia, invitado por un amigo de la infancia, que años después sería líder del PRI en el DF. Respeté sus convicciones... pero, desde mi punto de vista, los masones vivían más del rito privado, que en una época fue clandestino, y esto era incompatible con el interés de tomar parte en las luchas abiertas y públicas de los grupos populares. Muy pronto solicité mi plancha de quite". En cuanto a Ernesto Zedillo Ponce de León, los investigadores Paul Rich y Guillermo de los Reyes (profesores de la Universidad de las Américas, Puebla, y de la Hoover Institution, de Stanford, Estados Unidos, respectivamente) afirman lo siguiente en su artículo "Masonería y Opus Dei: Clericalismo y Anticlericalismo Secretos" publicado en la página 16 del número 58 de la revista mensual Este País correspondiente al mes de enero de 1996: "Al responder a nuestras preguntas, en una visita a la Gran Logia Valle de México, en la ciudad de México en la primavera de 1994, se nos aseguró que el entonces candidato y actual presidente Zedillo era masón y de hecho se unió al cuerpo más reconocido en la ciudad de México, después de pertenecer a otra logia de menor relieve". Sin embargo, durante el sexenio zedillista, en los actos conmemorativos organizados en Palacio Nacional relacionados con Benito Juárez, la figura emblemática de la masonería, no hubo un solo orador masón, cuando por tradición anteriormente eran los masones quienes presidían este tipo de eventos. Lo que es más, apenas unas horas después de que Zedillo reconoció el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales del 2 de julio, el grueso de la masonería mexicana alzó su voz para reclamar su expulsión del PRI. Fuera de estas dos excepciones recientes (Carlos Salinas y Ernesto Zedillo), son ya pocos los Presidentes mexicanos de la era moderna reciente que han militado dentro de la masonería, por lo que la pertenencia o no pertenencia a una logia masónica es en la actualidad un asunto completamente irrelevante en lo que toca a las cualidades o requisitos que haya que cumplir para ser Presidente de México. (Sin embargo, a como van las cosas, no es remota la posibilidad de que para poder ser Presidente de México sea requisito indispensable el haber tomado con la secrecía acostumbrada un juramento de lealtad dentro de la Organización Nacional del Yunque o alguna de sus organizaciones satélites.)

Como éste no es un foro ni para la condena ni para la defensa o la justificación de las actividades de la masonería o los hechos positivos o negativos en que hayan incurrido sus pupilos, dejaremos que se defiendan ellos solos de sus acusadores en este enlace:

http://www.elmason.blogspot.com/

La fantasía de los literatos de la extrema derecha mexicana sobre las "verdaderas" razones por las cuales México entró a la Segunda Guerra Mundial nos lleva naturalmente a lo mismo pero aplicado a mayor escala hacia los Estados Unidos de Norteamérica, a lo que muchos revisionistas norteamericanos llaman la madre de todas las conspiraciones (estamos citando aquí el libro sensacionalista de Mark Willey titulado Pearl Harbor: Mother of All Conspiracies que incluye una gran profusión de argumentos), la teoría de que el Presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt provocó el ataque japonés a Pearl Harbor, que sabía de antemano que el ataque iba a ocurrir, y que no hizo absolutamente nada para detenerlo, a sabiendas de que dicho ataque provocaría la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial. La extrema derecha mexicana sazona la teoría argumentando -sin presentar pruebas- que Franklin D. Roosevelt era un cripto-judío que estaba tratando de "salvar al centro de la gran conspiración judía para apoderarse del mundo, la Rusia comunista". La literatura más reciente sobre la presunta intención del Presidente Roosevelt para provocar deliberadamente una guerra con la Alemania Nazi es el libro Day Of Deceit: The Truth About FDR and Pearl Harbor de Robert B. Stinnett, publicado en 1999. La publicación de este libro fue precedida por otro elaborado por el Profesor Gordon W. Prange, At Dawn We Slept: The Untold Story of Pearl Harbor, publicado en 1981 por McGraw-Hill, el cual le consumió treinta años de su vida (el Profesor Prange murió un año antes de poder ver publicada su obra).

El problema central de la tesis de una planificación deliberada para involucrar a la Alemania Nazi en una guerra con los Estados Unidos radica en que había demasiadas cosas que tenían que salir no sólo bien, sino perfectamente bien para que un plan de esta naturaleza pudiera tener éxito. El éxito del plan necesitaba necesariamente en estricto orden cronológico que:

(1) Los altos estrategas militares del Imperio japonés, "provocados" por las acciones del gobierno norteamericano tales como la congelación de los bienes e inversiones de Japón en los Estados Unidos (ordenadas por el Presidente Roosevelt en respuesta a las invasiones que Japón ya estaba llevando a cabo para expander su imperio), ordenarían un ataque militar a gran escala en contra de los Estados Unidos, pese a las terribles consecuencias que los militares japoneses de antemano sabían que esto traería. Naturalmente, si los estrategas militares japoneses hubieran decidido NO invadir Pearl Harbor (la decisión más cuerda de todas), el plan se habría venido abajo.

(2) Suponiendo que los japoneses decidieran declararle la guerra a los Estados Unidos con el ataque a Pearl Harbor, era absolutamente necesario e indispensable tras esto que Hitler le hiciera el juego a Japón declarándole también la guerra a los Estados Unidos. De este modo, suponiendo que Roosevelt provocó el ataque japonés a Pearl Harbor con la intención de obtener un pretexto para declararle la guerra a la Alemania Nazi, en tal caso tendríamos que concederle a Roosevelt cualidades dignas de un adivino, porque debería haber sido capaz de profetizar con toda certeza de que tras el ataque a Pearl Harbor, Hitler seguramente le declararía la guerra a los Estados Unidos, una profecía extremadamente aventurada por tratarse de un dictador caprichoso y errático acostumbrado a desplantes inesperados tales como la sorpresiva invasión de Rusia que tomó a Stalin por sorpresa. Aquí el enorme riesgo hubiera sido que Hitler se lavase las manos dejando solos a los japoneses en su aventura militar contra los Estados Unidos sin declararle Hitler la guerra a los Estados Unidos. Y entonces, ¿qué? Roosevelt no habría tenido esa justificación para entrar en la guerra que se estaba llevando a cabo en Europa, y a cambio de ello lo único que habría logrado hubiera sido la destrucción de la flota naval norteamericana del Pacífico y una guerra con Japón con la flota del Pacífico destruída.

En su libro, muy criticado por prominentes historiadores y académicos, Robert Stinnet no explica de modo convincente el por qué Roosevelt estaría tan absolutamente seguro de que un ataque militar de Japón traería como consecuencia inmediata una guerra con la Alemania Nazi. Tampoco explica satisfactoriamente el por qué Roosevelt podía estar tan seguro de que los Estados Unidos podían entrar exitosamente en el escenario de guerra con dos frentes abiertos, uno en Asia y otro en Europa, pese a la destrucción total de la flota del Pacífico, y pese a estar padeciendo aún la economía norteamericana los efectos de la depresión económica ocasionada por el crack en la Bolsa de Valores de Nueva York en 1929. De hecho, la Alemania Nazi perdió la guerra no como consecuencia de la entrada de los norteamericanos, sino como consecuencia de la batalla de Stalingrado (empezada el 21 de agosto de 1942 y terminada el 2 de febrero de 1943) que resultó catastrófica para la Alemania Nazi. Fue ésta batalla y no la entrada de Norteamérica la que decidió a fin de cuentas la derrota de Hitler, y esto es aceptado por la mayoría de los historiadores y académicos. De hecho, suponiendo que el ataque a Pearl Harbor nunca hubiese ocurrido, no habiendo entonces razón alguna para que los Estados Unidos entraran al conflicto, entonces sin la presencia militar norteamericana en Europa el dictador Stalin habría tenido el camino libre para no detenerse en Alemania sino seguir avanzando hacia el resto del continente europeo llegando hasta España en donde Stalin seguramente tenía cuentas pendientes que ajustar con el dictador ultraderechista Francisco Franco. Puesto de esta manera, la entrada militar de los Estados Unidos en el continente europeo resultó ser providencial (la continuada presencia militar norteamericana en Europa puso a los rusos tan nerviosos que llegaron a estar temerosos de que Estados Unidos presionado por sus propios sectores ultraconservadores anticomunistas decidiera continuar avanzando hacia Rusia para lograr lo que Hitler no logró, una posibilidad muy real para ellos después de que Estados Unidos hiciera estallar una bomba atómica el 6 de agosto de 1945 sobre la ciudad japonesa de Hiroshima; y no sería sino hasta el 29 de agosto de 1949, cuatro años después, cuando la Unión Soviética estalló su propia bomba atómica, que se rompió el monopolio que los Estados Unidos mantenían sobre esta arma terrible).

Las teorías conspiratorias sobre Pearl Harbor trabajan también sobre otro supuesto: atribuyéndole al Presidente Roosevelt una certeza absoluta de que el ataque ya venía en camino, si Roosevelt hubiera alertado a la flota del Pacífico entonces los daños a la flota podrían haber sido minimizados dándoseles oportunidad a los navíos americanos de escapar a mar abierto montando una defensa del puerto, con lo cual la gravedad "minimizada" del ataque no habría movido a los norteamericanos a la guerra. Pero... ¿realmente ésto habría cambiado el resultado final? La decisión de Japón de atacar Pearl Harbor ya estaba tomada, y esto no iba a cambiar en nada, hiciere lo que hiciere Roosevelt, esto era algo completamente fuera de su control. Y aún si los pilotos japoneses no hubieran encontrado un solo navío en el puerto, el mismo puerto de todas maneras habría sido bombardeado sin misericordia alguna destruyéndole a la flota todos sus muelles y todas sus instalaciones. ¿Y acaso no hubiera sido tomado ésto como una declaración de guerra? ¿Acaso ésto no habría convencido también a los norteamericanos de que ya no se podían quedar cruzados de brazos más tiempo ante lo que estaba ocurriendo? Recuérdese que en el caso de México bastó el hundimiento de dos buques que ni siquiera eran buques de guerra para convencer a México de que tenía un enemigo peligroso al cual no le quedaba más remedio que enfrentarlo. Y no se trataba de un simple asunto de ir a castigar a los Nazis a su nido para cobrar venganza por la afrenta. Cuando se recibe un ataque armado de este tipo, los demás ataques seguramente ya vienen en camino, y lo peor que se puede hacer es quedarse cruzado de brazos ante el enemigo sin hacer absolutamente nada.

Aún si Roosevelt hubiera estado absolutamente seguro de la inminencia del ataque japonés a Pearl Harbor, y tal vez hubiera podido minimizar los daños preservando algo de la flota para la guerra que estaba por venir, de cualquier manera habría obtenido del Congreso norteamericano una declaración de guerra en contra de Japón. Sin embargo, la preservación de toda la flota del Pacífico intacta no hubiera sido posible de ningún modo, ya que los movimientos del puerto estaban bajo vigilancia estrecha de los submarinos japoneses, y seguramente los planificadores del ataque ya habían tomado en cuenta la posibilidad de que los navíos zarparan por alguna razón inesperada (tal como el efectuar ejercicios de rutina en alta mar) o inclusive que la flota entera tratase de escapar en caso de que los planes hubieran sido detectados por la inteligencia militar norteamericana. Simple y sencillamente, una evacuación de esta magnitud no se puede llevar a cabo sin que el enemigo se dé cuenta. Si los navíos de la flota trataban de escapar hacia el mar abierto para evadir el asalto aéreo, en el mar los submarinos japoneses podrían haber dado cuenta de ellos, dejándole a la fuerza aérea japonesa la tarea de la destrucción de los muelles y las instalaciones de la isla. Nada de esto se habría podido evitar inclusive con un conocimiento anticipado de días sobre el ataque. Desde el momento en que los japoneses decidieron atacar, los sucesos estaban ya en marcha de modo irreversible, inapelable, con o sin Roosevelt.

La extrema derecha gusta soslayar en su propaganda literaria de que mucho antes de que Japón entrara en un conflicto bélico con los Estados Unidos, sus ambiciones expansionistas ya lo habían llevado a cometer impunemente numerosos crímenes de guerra y numerosas brutalidades tales como su propio holocausto genocida conocido como la Masacre de Nanking (de la cual existen numerosas evidencias fotográficas preservadas para la posteridad), llevada a cabo el 13 de diciembre de 1937, o la esclavitud sexual forzada en decenas de miles de mujeres (algunos historiadores ponen la cifra en 200 mil víctimas) obligadas a trabajar como prostitutas para mantener "divertidos y contentos" a los soldados "nacionalistas" de Japón. Y como lo reporta David Howland Bergamini (nacido en Tokio) en su libro "Japan's Imperial Conspiracy", Japón ya tenía en marcha su propia gran conspiración japonesa para apoderarse de TODO el continente asiático. Para las cientos de miles de víctimas de estas carnicerías inhumanas resultantes de agresiones no-provocadas, la ultraderecha mexicana no tiene ni una sola lágrima, quizá porque mentalmente están preparados para hacer lo mismo si tal cosa se les requiere.

Hagamos ahora un pequeño experimento de razonamiento hipotético, un gedanken, inspirados en el manejo de un principio o punto de partida opuesto a otro que ocasionó cierta consecuencia. Este punto de partida opuesto es lo que en filosofía se conoce como una antinomia. Supongamos por un momento que el Presidente Roosevelt se las hubiera arreglado mágicamente para que el creciente y agresivo Imperio militar japonés acostumbrado a operar en plena impunidad no hubiera entrado jamás en un conflicto bélico armado con los Estados Unidos (lo cual se antoja casi imposible aún en nuestros días), logrando que Estados Unidos no hubiese entrado jamás a la guerra, adoptando una política de aislacionismo. Entonces ... tras la derrota de Stalingrado, y con el avance imparable del ejército soviético hacia el resto de Europa, Mark Weber, Salvador Borrego, Traian Romanescu y los muchos otros propagandistas como ellos muy posiblemente estarían escribiendo en nuestros días algo como lo siguiente: "El cripto-judío marxista-leninista Roosevelt, con su camarilla rooseveltiana, pudiendo hacer algo para que Estados Unidos interviniera en el conflicto movilizando tropas hacia Europa para detener el avance del ejército soviético después de haber caído la Alemania Nacionalsocialista combatiendo heroicamente al comunismo, conjuraron y complotaron para mantener a los Estados Unidos ajenos a lo que estaba sucediendo en el resto del mundo, entregándole así con su traición todo el Viejo continente al comunismo en charola de plata". Así, el ingreso o no-ingreso de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial se convierte en materia completamente irrelevante para lo que los "intelectuales" del fanatismo moderno están tratando de argumentar. Dicho de otra manera, a los extremistas de la derecha radical de México -y lo mismo aplica para los extremistas de otros países- no se les puede ganar ningún argumento, porque ellos siempre, siempre, siempre, tienen la razón. No importa cuál sea la consecuencia de una cadena de acontecimientos históricos, ya sea hacia un lado o hacia el otro, para ellos todo es explicable a plenitud con el argumento de "la gran conspiración judía-comunista", y no es posible sacarlos de allí, al igual que no es posible tratar de convencer a un terrorista musulmán de que el suicidio y la masacre de civiles inocentes atenta contra los más elementales principios de moralidad y ética que distinguen al hombre de los simios que se mecen en los árboles.

Un inexperto que quiera continuar investigando por cuenta propia los argumentos presentados a favor de una teoría conspiratoria para meter a los Estados Unidos en una guerra con la Alemania Nazi debe ejercer un cuidado extraordinario por el campo minado en el que puede caer. A manera de ejemplo de un error involuntario en el que se puede caer, se podría visitar alguna página Internet de lo que parece ser un sitio respetable dedicado a la investigación seria de cuestiones históricas, tal como el Institute for Historical Review, en donde aparece una crítica a los argumentos anti-revisionistas publicados en el libro del Profesor Prange. La lectura de la crítica al mostrarse el carácter tendencioso de la misma debería ser suficiente para motivarnos a desconfiar y llevar a cabo una inspección cuidadosa de la página para saber exactamente qué es esto en lo que nos estamos metiendo. Y no tardamos en descubrir dentro de dicho sitio algo como un artículo de Mark Weber títulado "El Centro Simón Wiesenthal: Un Bastión del Poderío Judío-Sionista" o el enlace hacia un artículo de Kevin MacDonald titulado Henry Ford y la Cuestión Judía. Es aquí cuando empezamos a caer en la cuenta de que el "Institute for Historical Review" es un nido de ultraderechistas norteamericanos que están convencidos plenamente en la existencia de una gran conspiración judaica para el dominio del planeta. Y la caída del comunismo en el siglo pasado no parece haberles hecho cambiar de opinión. Tanto el fundador y director del Institute for Historical Review (cuyo nombre más apropiado, dada su naturaleza, debería ser Institute for Historical Revisionism), Mark Weber:





como su fundador financiero Willis Allison Carto como Kevin MacDonald son ultraconservadores neo-Nazis afines a la causa de la extrema derecha mundial. Es precisamente de fuentes como éstas de donde los ultraderechistas mexicanos sacan sus "doctas" fuentes de información y nutren sus numerosas citas para apoyar sus igualmente numerosas fantasías. Y como estos tipos, hay decenas y decenas. Por lo que la literatura extremista del neo-Nazismo se puede dar el lujo de citar amplias bibliografías que, inspeccionadas a fondo, no toleran el más mínimo soplo.

(Cabe agregar que Willis Carto:





, el decano del núcleo duro de la derecha radical norteamericana, el hombre clave detrás de la creación del Institute for Historical Review, parece haber estado conectado de alguna manera con el financiamiento de Timothy McVeigh, el peor terrorista doméstico en la historia de los Estados Unidos, de acuerdo con los testimonios obtenidos el 7 de mayo de 1997 en el juicio de este criminal desalmado, pero la verdad sobre sus presuntos nexos con la extrema derecha norteamericana quedaron relegados al misterio con la ejecución de McVeigh. Y de cualquier modo, el que estaba bajo juicio era McVeigh, no la organización extremista Liberty Lobby de Willis Carto. Y de cualquier modo, lamentablemente, no existen leyes en los Estados Unidos (ni en México) para remitir a prisión a una organización radical o a sus líderes por fanatizar a una persona, lo cual permite que las organizaciones radicales -tanto las públicas como las encubiertas- puedan continuar operando tranquilamente con toda impunidad al no estar tipificado el delito de lavado de cerebro, lo cual les permite a los líderes detrás de estas organizaciones mafiosas el poder inducir a otros al crimen lavándose cómodamente las manos en caso de que algo salga mal.)

En relación a las legiones de individuos que están dispuestos a creer, como si fuese un acto de fé, todas las fantasías y mentiras inventadas por los exponentes primigenios de la ultraderecha, lo único que se nos puede venir a la mente es el viejo refrán que dice "nace un mamón cada minuto" (there's a sucker born every minute). Refrán, por cierto, atribuído erróneamente por la creencia popular al famoso empresario circense Phyneas T. Barnum. Lo cual demuestra que no hay que creer ciegamente en todo lo que nos cuenten ni en todo lo que nos digan. Sobre todo si proviene de alguien como un "Teco" instructor de la Universidad Autónoma de Guadalajara o de un reclutador de la Organización Nacional del Yunque.